Cómo aprendía el hombre más inteligente de la historia. El método de Boris y Sarah Sidis.
Si buscas en los registros, la persona con mayor cociente intelectual de la historia no es Einstein, Newton o Galileo, sino un estadounidense del siglo XX llamado William James Sidis. Esta persona era capaz de hablar varios idiomas a corta edad: a los 8 años hablaba 8 idiomas: latín, griego, alemán, ruso, francés, turco, armenio y hebreo. También inventó el suyo propio: El Vandergood. A los 8 años entró al MIT y a los 11 a Harvard. A los 16 años se graduó en Medicina. Hablaba unos 40 idiomas.
En esta entrada, analizaremos las memorias de su madre, Sarah Sidis, sobre los puntos clave acerca del proceso educativo que tuvieron ella y su marido con su hijo.
El conocimiento sobre psicología de Boris Sidis.
Boris Sidis, el padre de William James Sidis, era psicólogo en Harvard. Su área de experiencia era la psicología de la sugestión, cosa que viene bien para crear costumbres de manera inconsciente (lo cual pudo venir muy bien para lo que estamos hablando). Boris creía que la psicología estaba estrechamente ligada a la educación, y utilizó las herramientas que sabía de psicología para cultivar la educación de William James Sidis.
Un adulto desde el principio.
A William James Sidis lo trataron como un adulto desde el principio. Es decir, se le consideró con capacidad de razonar, de usar su intelecto desde el primer momento. Esto incluye costumbres como sentarse en la mesa (lo hicieron de manera precoz, poniendo la cuchara y la comida frente a él durante varios días, hasta que aprendió a agarrar los cubiertos y comer por su cuenta).
La premisa principal es que "lo que resulta venenoso para el cerebro de un adulto, también resulta venenoso para el cerebro de un niño". Esto incluye contar mitos o mentiras, prejuicios, o sentencias sin un razonamiento o explicación previos. Las supersticiones o creer en cosas que no tienen fundamento no son buenas para cultivar una mente adulta, y por lo mismo tampoco es bueno para cultivar la mente de un niño, queda claro si lo consideramos como un ser con capacidad de razonamiento.
Razonar por sobre todo.
Sarah Sidis insiste en que la base de su sistema educativo consistía en el razonamiento: razonar todo, construir el conocimiento a través del proceso de deducción. Incluso los idiomas, en los que William James y su padre Boris Sidis eran expertos, los aprendían "sin considerar un gran trabajo de memorización", basándose sobre todo en las raíces comunes de palabras (menciona que utilizaban un libro de ario antiguo a partir del cual se formaban la mayor parte de las palabras de los idiomas que querían aprender), y que durante el tiempo que dedicaban a aprender un idioma (por ejemplo, una semana) lo hacían con dedicación exclusiva.
Aprender como un juego.
En el sistema ideado por Boris y Sarah Sidis, aprender no era una tarea tediosa y fastidiosa, sino que debía de ser visto como un juego. Esto se hacía de manera premeditada por parte de los criadores, y de manera sugestiva hacia el niño, que no era consciente de que se aprovechaba cada oportunidad para reforzar su educación. Así, aprendió a leer antes de ir a la escuela, jugando con cubos de letras que formaban palabras. O aprendió historia griega escuchando historias antes de dormir. Una vez aprendida la mitología griega, se puede saltar a explicar los planetas a partir del nombre de los mismos, y así se va hilando un conocimiento con otro. Además, se deja espacio para que el niño razone por su cuenta y saque sus propias conclusiones. Entonces, lo que aprende lo hace por su propio aprendizaje, y no por la enseñanza de nadie. Es como ser autodidacta pero en un entorno muy controlado y favorable para el aprendizaje. El niño se educa a sí mismo razonando, y utiliza perlas de conocimiento que va ofreciendo la experiencia o el educador.
El cerebro como un órgano a desarrollar.
Los Sidis trataban al cerebro de William James como un órgano que debía desarrollarse, como el corazón o los músculos: que necesitan de ejercicio constante y que vaya en busca de los límites de su capacidad para poder llegar a su máximo potencial. Negaban la idea de que hay que cuidar de no forzar al cerebro de un niño porque podría dañarse; de igual manera que los dejamos explorar el límite de sus capacidades físicas (correr hasta que se cansen, alzar los pesos que quieran, etc), tenemos que dejar que usen su cerebro hasta donde lleguen, sin miedo a lesiones. En un niño sano, no hay por qué cuidar o limitar sus actividades.
Dedicarse con intensidad pero sin exagerar el tiempo.
"Cuatro horas al día cubrirían todos los aspectos de un día normal de escuela", dice Sarah Sidis, y luego agrega "Dos horas para estudiar, y luego 2 horas para hacer deporte". Añade además que no deberían darse tareas para la casa, más que pensar simplemente en lo que uno aprendió durante el día.
Durante los primeros años, hasta los 6, es el momento en que el cerebro del niño más absorbe información. Durante este periodo de tiempo, bien explotado, podría aprender en 4 años todo lo que se enseña durante una primaria entera (8 años). Dice que William James Sidis aprendió todo el curso de 8 años en 5 meses trabajando como máximo 2 horas al día.
No a los castigos, sí a las explicaciones razonadas.
"Los castigos son atajos para los adultos", que con ello evitan resolver el problema de fondo. Los niños, al estar en formación, realizarán deducciones incorrectas, y ello llevará a que realicen acciones incorrectas. En esos casos, el deber del adulto es corregir el razonamiento incorrecto, y para ello se deben dar las explicaciones suficientes y no simplemente castigar o corregir con violencia o prohibiciones. El resultado del castigo es el miedo, y esto paraliza tanto el desarrollo mental como físico. En cambio, el conocimiento y la comprensión son contrarios al miedo y fomentan el desarrollo psicomotor del niño.
Enseñar como una red de conocimiento, no con información aislada.
Para que el niño aprenda de verdad, necesita que la información forme redes de conexión, para poder razonarla. Por ejemplo: si vamos a enseñarle que es importante que se lave las manos, tendríamos que enseñarle por qué: y para ello, enseñarle cómo funciona la piel, de qué está hecha, y qué hay en ellas, qué hace el jabón y el agua en las manos, etc. Creando esta red de información, se enseña al niño a razonar sobre ella y llegar a las conclusiones adecuadas (y, de ser necesario, se corrige cuando se equivoca en sus deducciones). De esta manera el niño aprende no solo nuevo conocimiento sino un método que le servirá para aprender y entender cualquier otro tipo de información.
Acércate al niño, metafórica y literalmente.
Hay que acercarse al niño, ponerse a su nivel tanto a la hora de comunicarnos (hablar con palabras que entienda, explicar algo si es necesario), y también físicamente: arrodillarnos o ponernos de cuclillas para estar lo más cara a cara posible. Esto crea una sensación de cercanía que facilita la comunicación y elimina barreras tanto físicas como emocionales, para un lado y para el otro.
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